Todos sabemos desde pequeños a qué nos referimos cuando mencionamos la palabra MIEDO y cómo se siente cuando esta emoción nos atraviesa o invade. Es una de las más básicas y fundamentales, que nuestro sistema nervioso pone en acción cuando percibimos que estamos en riesgo. Nuestro sistema amigdalino o sistema del miedo se activa para generar una respuesta fisiológica liberando neurotransmisores y hormonas con el fin de estar preparados para el ataque o la huida. De este modo, nuestros sentidos se activan, se dilatan las pupilas, se agudiza la visión, los músculos de nuestras extremidades se ponen tensos, se aceleran nuestros pensamientos y muchos otros cambios fisiológicos con el fin de resolver cómo actuar ante la amenaza percibida.
Esta respuesta es altamente funcional cuando es imperioso responder ante una situación de riesgo concreta como por ejemplo una agresión física, un robo, una explosión o el ataque de un animal. Pero cuando se trata de una situación que no requiere de una respuesta de “ataque o huida”, sino de una evaluación o análisis reflexivo, como por ejemplo, percibir la amenaza de quedarse sin trabajo, afrontar un examen oral en el que me siento inseguro, un miedo anticipatorio a una situación que me preocupa del futuro (ansiedad) o incluso recordar una experiencia temida de un hecho del pasado, la activación fisiológica ya no resulta funcional, porque no voy a necesitar de la activación de mi cuerpo para responder eficazmente a la situación temida. Incluso, todo lo contrario, voy a requerir de estar calmo y decidido para accionar de la manera más adecuada posible para lograr mi objetivo.
Si decimos que nuestro sistema del miedo se activa, tanto si experimento una situación de riesgo inminente en mi presente, como si recuerdo una situación temida del pasado (reexperimentamos), o me preocupo por algo que temo de mi futuro (preexprimentamos), podemos decir, que no necesariamente tiene que existir una situación real y concreta en este preciso instante para que se active. Es mi percepción ante la situación, recuerdo o idea, la que activa la emoción del miedo, no es la situación en sí misma. Es decir, que mi cerebro no distingue realidad de fantasía. Considero que tener claro esto es fundamental para entender que mi experiencia de vida tiene que ver con la manera en cómo la percibo. Y cuanto más miedo experimento, proporcionalmente, menos amor. Así es, el miedo y el amor son las polaridades de lo mismo. En las sesiones con mis consultantes lo explico con la analogía de la perilla del volumen o del brillo. A mayor brillo, menor es la oscuridad y viceversa. Con el miedo es exactamente lo mismo. Si elevo mi capacidad de amar, el miedo se reduce proporcionalmente. Entonces, podemos decir que cuando siento miedo es un gran mensajero de dónde no estoy pudiendo amar.
En mi experiencia como profesional de la salud mental observo en la práctica clínica cotidiana, que los consultantes que perciben estar transitando una crisis o conflicto siempre es como consecuencia de una situación temida o una situación a la que todavía no pueden amar. Cuando me enojo con alguien, cuando rechazo a otro, cuando tengo ansiedad por mi futuro, cuando estoy incómoda con mi presente…y cualquier otra situación percibida con una emoción de las denominadas negativas o de desagrado, te propongo que te hagas las siguientes preguntas:
¿Qué información me está trayendo esta situación?
¿A qué le temo?
¿Me conecta con alguna situación del pasado?
¿Qué desafíos me presenta esta experiencia?
¿Cómo podría transformarla en una experiencia más amorosa?
Te doy un ejemplo:
Cada vez que voy a trabajar a la oficina me cruzo con mi compañera a la que no aguanto, me genera rechazo y desagrado. Suelo criticar su forma de hablar, su manera de trabajar, etc. En vez de, criticarla y creer que mi rechazo es como consecuencia de su conducta y que si ella fuera diferente yo no sentiría todo esto, voy a tomar “mi sensación de rechazo” hacia ella como un mensajero . Me voy a hacer las preguntas para ir a buscar la información que hay en mí, esa información que es la que crea mi rechazo hacia ella.
Quizás encuentre que soy intolerante a su tono de voz porque me evoca recuerdos del pasado, de alguna experiencia desagradable. Podría suceder que me de cuenta de que soy poco amorosa, cuando pretendo que la otra persona sea diferente, registrando que tengo que trabajar más la aceptación. Tal vez me siento amenazada porque es una persona que tiene más decisión que yo, o que es más reconocida por nuestros superiores…y así voy a ir registrando todo aquello que vaya surgiendo del análisis consciente.
¿Por qué se requiere de un esfuerzo consciente para transformar miedo en amor?
Los pensamientos negativos de manera recurrente segregan una serie de sustancias (dopamina, noradrenalina, adrenalina, glucocorticoides) produciendo malestar. Dichas sustancias generan dependencia, porque activan una zona del cerebro que actúa como un sistema de recompensa. Por lo tanto, el cerebro busca una y otra vez, esos impulsos negativos porque el organismo lo termina pidiendo, y de este modo repetimos viejas conductas que ya no deseamos más.
Te recomiendo de ahora en más, cada vez que sientas alguna emoción de las valoradas como negativas (enojo, frustración, rechazo, envidia…) hacete las preguntas que te compartí y escribí las respuestas. Te vas a sorprender!
Elegir de manera consciente cómo responder ante las situaciones es la puerta de acceso al cambio, es la manera de empezar a hacerte cargo de tu propia experiencia de vida, de dejar de ser una víctima de las circunstancias y saberte creador de tu propia realidad. Y recordá que el cerebro no distingue realidad de fantasía, y donde ponés tu atención , llevás tu energía y creás tu realidad.
Y si en alguna oportunidad sentís que resulta complicado el ejercicio, simplemente pregúntate, ¿Cómo sería si fuera desde el amor?